De símbolo de la serenidad a emblema pop, el capibara ha dejado de ser un simple protagonista de memes para convertirse, en 2025, en un icono cultural con vida propia. Su presencia se multiplica en redes, escaparates y pantallas, y su imagen bonachona ha cristalizado una idea poderosa: la calma como forma de resistencia en medio del ruido digital.

De Japón al mundo: el recorrido de una fiebre inesperada

El fenómeno no nació de la nada. En Japón, los capibaras acumulaban simpatías desde los primeros 2000 gracias a Kapibarasan, el personaje creado por Bandai que se convirtió en merchandising y estandarte de lo kawaii. A esa base pop se sumaron años después los populares videos de capibaras tomando baños de yuzu en zoológicos nipones, imágenes que cruzaron fronteras por su estética reconfortante.

La explosión global llegó con internet. Según Euronews, un punto de inflexión fue la viralización en TikTok de la canción “Capibara” del productor ruso Alexéi Pluzhnikov. Su estribillo hipnótico —“capibara, capibara, capibara”— funcionó como un mantra pegadizo al estilo de Baby Shark, catapultando al roedor a la categoría de fenómeno masivo.

Del meme al símbolo: una resistencia tranquila

La imagen del capibara, serena y afable, ha sido reinterpretada como símbolo de resistencia tranquila frente a un entorno percibido como veloz, ansioso y saturado. En Buenos Aires, recuerda Euronews, su irrupción en un barrio privado levantado sobre su hábitat originario los convirtió en emblema del anticapitalismo para algunos sectores.

En el terreno digital, su auge también es una reacción al doomscrolling: mientras las plataformas rebosan titulares angustiantes, los capibaras ofrecen un refugio visual de calma y empatía. Su popularidad responde tanto a una estética placentera como a una necesidad emocional colectiva.

2025: consolidación y salto a la industria

Este año, la tendencia se ha afianzado más allá de la pantalla, el capibara ya no es un simple viral pasajero: es un icono de autenticidad en un ecosistema digital saturado de artificio. Asociado a la estética kawaii, ha pasado de los memes a los escaparates.

El despliegue comercial es elocuente. Entre los artículos que triunfan, destacan:

  • Ropa y accesorios con estampados de capibaras.
  • Peluches, mochilas, estuches y material escolar.
  • Camisetas y sudaderas con slogans de calma y buen humor.

El salto a la cultura audiovisual redondea el fenómeno: la película Flow, con un capibara entre sus protagonistas, ganó el Oscar a Mejor Película de Animación en 2025, consolidando su atractivo ante nuevos públicos.

¿Por qué nos fascinan los capibaras?

Más allá de lo adorable, su magnetismo combina biología y narrativa cultural. Sus rasgos redondeados y su comportamiento gregario proyectan confianza y sosiego. En redes, funcionan como antídoto emocional: imágenes de convivencia pacífica con otras especies, baños relajantes y miradas imperturbables que contrapesan el vértigo informativo.

Ese equilibrio entre ternura y temple ha reconfigurado su imagen pública: de mascota simpática a metáfora de la desaceleración. En otras palabras se convirtieron en un “refugio visual” que invita a bajar el ritmo sin renunciar a la conexión con los demás.

Lo que viene: oportunidades y cautelas

La capibara-manía apunta a colaboraciones de moda, campañas de bienestar digital y un mercado en expansión. Pero la popularidad conlleva responsabilidades. Especialistas insisten en evitar su banalización o usos que fomenten el tráfico de fauna o la tenencia irresponsable.

  1. Consumo responsable: apostar por productos oficiales y marcas que respeten el bienestar animal.
  2. Contexto educativo: aprovechar su imagen para promover mensajes de conservación.
  3. Evitar la interacción invasiva: priorizar la observación respetuosa y apoyar santuarios y zoológicos con buenas prácticas.

Tras dos décadas de incubación lenta y un estallido viral reciente, el capibara o ronsoco como se le conoce en Perú, ya es mucho más que un meme. Es un espejo cultural que nos recuerda, con su paso pausado, que la calma también es una forma de estar en el mundo. Y en tiempos de ruido permanente, ese mensaje, suave pero contundente, explica por qué su reinado no parece tener fecha de caducidad.